SUSAN SONTAG COMO METÁFORA DE SÍ MISMA

SUSAN SONTAG. 
INTELECTUALIDAD Y GLAMOUR
Daniel Schreiber

Tajamar, 2016, Santiago, 360 páginas.
1.
Voy a parafrasear, o tal vez a remedar a Susan Sontag en el comienzo de La enfermedad y sus metáforas: Todos tenemos una doble identidad, aquella que somos y aquella que decimos ser. Qué somos no lo sabe nadie, ni uno mismo. Lo que sabemos con certeza cartesiana, es lo que decimos que somos. (Yo, por ejemplo, soy el que escribe esto.) Ignoramos la geografía real, lo que somos en sí… ignoramos si somos en sí; sólo contamos con los estereotipos, con nosotros como figura o metáfora, propia o ajena; tal vez metáfora de nada. Preferiríamos no ser una metáfora, sino que algo auténtico, verdadero, no verosímil. Quisiéramos resistir. Sin embargo, es imposible residir en el reino de lo que es, de los que somos, sin dejarse influenciar por las metáforas con que hemos (o han) pintado el paisaje:

En realidad ¿qué sabe de sí mismo el hombre? ¿Sería capaz de percibirse a sí mismo, aunque sólo fuese una vez, como si estuviese tendido en una vitrina iluminada? ¿Acaso no le oculta la naturaleza la mayor parte de las cosas, incluso sobre su propio cuerpo, de forma que, al margen de las circunvoluciones de sus intestinos, del rápido flujo de su circulación sanguínea, de las complejas vibraciones de sus fibras, quede recluido y encerrado en una conciencia orgullosa y embaucadora? Ella ha tirado la llave, y ¡ay de la funesta curiosidad que pudiese mirar, por una vez, hacia fuera y hacia abajo, a través de una hendidura del cuarto de la conciencia y vislumbrase entonces que el ser humano descansa sobre la crueldad, la codicia, la insaciabilidad, el asesinato, en la indiferencia de su ignorancia y, por así decirlo, pendiente en sus sueños sobre el lomo de un tigre! ¿De dónde procede en el mundo entero, en esta constelación, el impulso hacia la verdad? (Friedrich Nietzsche, Sobre verdad y mentira en sentido extramoral).


2.
Susan Sontag es una metáfora de sí misma. O sea, un desplazamiento, un salto respecto a sí misma para explicarse a sí misma; sin olvidar que el original ya puede ser un salto (desde nada). En realidad, todos somos metáforas de nosotros, si hacemos caso al primer punto. Pero Sontag lo es especialmente si seguimos la biografía que le dedicó el alemán Daniel Schreiber: Susan Sontag. Intelectualidad y glamour. Una biografía (Tajamar Editores). Según el título, la escritora estadounidense es intelectualidad y glamour, o una intelectual glamorosa; pero no sólo eso, es también una persona que se construyó y se contó a sí misma como una intelectual con glamour. 


3.
El cuento yo me hice a mi mismo se puede entender al menos de dos maneras, que probablemente son complementarias. (Digo “al menos” porque son las que se me ocurren a mí.) Puede referirse (1) a que un yo eligió hacer A y no B, porque quería ser C. Y también (2) a ese yo contando que eligió A y no B, y que por eso llego a ser C.

Dando por supuesto que los recuerdos son imprecisos, cuando no falsos, el segundo sentido puede ir desde inventarse un pasado que explica nuestro presente (¿ese presente es, entonces, falso?), pasando por acomodar algunas cuestiones concientemente, convenientemente para favorecernos, hasta simplemente confundirse sin querer queriendo. (Ahora que lo pienso, se me ocurre una tercera manera de entender el asunto, o algo así como un tercer nivel: yo me hice a mi mismo puede referirse a alguien contando la historia de ese Yo que eligió A y no B y/o que cuenta que eligió A y no B.)

Esas dos maneras de entender el cuento de la persona que se hace a sí misma confluyen en el libro de Schreiber; también el tercer nivel. Éste cuenta, a la vez, los pasos y decisiones de Sontag, y cómo la propia escritora narraba ese camino. Schreiber narra la vida de Sontag como la de una mujer que se va contando a sí misma, que va convirtiendo su pasado en una causalidad elegida, con uno que otro retoque para dar verosimilitud al relato.

El de Schreiber es un ejercicio similar al que hace James Miller con Foucault en La pasión de Michel Foucault (Tajamar Editores); aunque no tan extremo: va leyendo, construyendo la vida de su protagonista a la luz de su obra y viceversa, en el entendido de que esa vida es la gran obra de Foucault, en el caso de Miller, y de Sontag, en el de Schreiber. Una obra en los dos primeros sentidos que se me ocurrieron para la expresión hacerse a sí mismo. Y que si no fuera por la imprecisión de los recuerdos, y porque de hecho sólo contamos con ellos y no con lo recordado, serían, respectivamente, la obra efectiva y la obra contada por su autor. (Sumando el tercer nivel o al segundo autor que cuenta lo efectivo y lo narrado.) 

Por eso digo "Susan Sontag como metáfora de sí misma". Susan Sontag como la metáfora que creó Susan Sontag para decirse; autorretrato, creo que le llaman. «Durante toda su vida, Sontag cuidó mucho de su privacidad y del control de su figura pública», escribe Schreiber. «Recién a partir de sus cuarenta años, y especialmente tras su cumpleaños número sesenta, la escritora fue haciendo pública parte de sus recuerdos de infancia, de un modo cuidadosamente escenificado.» 


4. 
Sontag fue una niña abandonada por sus padres, que recurrió a los libros para encontrar «modelos y roles a seguir». Ya de niña se identificó con Marie Curie, esa europea que contra todas las posibilidades brilló como científica, en un mundo dominado por hombres. Y así, apunta Schreiber, más tarde Sontag se describirá a sí misma como una poderosa y solitaria niña «que recorre sola los desiertos de Arizona», que leyó y entendió a Schopenhauer; como alguien distinta del resto, que se hizo a sí misma a pesar del resto. Que a los diez años descubrió la Modern Library, y en ella a Homero, Virgilio, Dante, Eliot, Dickens. Unas lecturas de infancia que fueron, o así lo dijo Sontag, «el triunfo de no ser ella misma». 
Leyendo, la niña podía huir de su vida estrecha. Pero lo que aparece aquí también es la concepción de sí misma de una niña insegura y muy inteligente que busca huir de su propia piel, sentida como inadecuada. Y finalmente lo que descubrimos en estas escenas es el modo de construir la propia persona en una autora que consiguió escapar de las estrecheces de una niñez de campo, solitaria, sin reconocimientos, y que precisamente por ello tiende a idealizaciones románticas y, por momentos, exageradas. […] Es esta idea de tener que superar activamente las circunstancias en las que uno ha nacido lo que recorre los recuerdos de Sontag acerca de su «supuesta niñez». En su edad adulta Sontag explica sus primeros años como una serie de sucesos en que ya estaban presentes en toda su amplitud sus intereses intelectuales y literarios de más tarde. De este modo, por un lado da en forma retrospectiva un sentido concreto, orientado a la propia vida, a esa niñez que no podía denominar como feliz. Por otra parte, la razón de esta visión no es otra que el éxito que obtuvo en su vida posterior y sin el cual ese dolor por su niñez no hubiera encontrado justificativo alguno. 

5. 
En Nietzsche, Introducción a la comprensión de su filosofar, Karl Jaspers dice que una de las ideas fundamentales del filósofo que avisó que Dios había muerto, es esa según la cual el hombre es el animal que se produce a sí mismo. El cuento de la persona que se hace así misma —el cuento de la libertad— no es nuevo, por supuesto. Es el de las vanguardias y, antes, el de cualquier moral, al menos de Sócrates en adelante, si sólo nos quedamos con el pensamiento occidental (incluyendo, por qué no, la autoayuda). Ahora, uno puede identificar (nuevamente “al menos”) dos variantes del asunto: (1) hacerse a sí mismo siguiendo los lineamientos de otros (el cristianismo, al menos en su variante católica, puede ser un caso: hay que llegar a ser como Cristo, y cómo se hace lo determinan los sacerdotes); o (2) hacerse según las propias ideas y valores morales y estéticos, más o menos en el sentido de Nietzsche, en contra y hasta independientemente de herencias o presiones externas (una lectura personal de lo que sea Cristo podría ser un ejemplo de esto; quizás la iglesias protestantes calcen con esta variante, pero ya que los creyentes igualmente siguen a un pastor, no lo sé. Probablemente son dos versiones más o menos creativas de la misma posibilidad.) 

Sontag sería un caso de ese mito; de la segunda variante. Y ya que se trata en cierto sentido del muy estadounidense mito del self-made man, o woman (volveré sobre esto), tal vez podríamos decir que Sontag es una suerte de ready-self-made, perdonando mi inglés: Sontag es lo que es, lo que dice y dicen que es. Lo que sea. «El hecho de que la mutabilidad del hombre no se agote en la variación propia de su existencia dada, según leyes naturales, significa su “libertad”: el hombre cambia por sí mismo», escribe Jaspers. «Toda la historia muestra que tal cambio se ha producido por la moral. Se llama moral a las leyes a que se someten los hombres en su actividad y en su conducta íntima, de modo que sólo así llegan a ser lo que son.» 

Contarse es ser libre. 


6. 
Sontag fue y se contó el cuento de la niña prodigio que se rebeló a sus circunstancias. Que a los doce años dejó su apellido, Rosenblatt, por el de su padrastro, Sontag: 
Susan se alegró ante esta posibilidad, puesto que en Tucson había sido insultada como «judía sucia» y esperaba, con ese nuevo apellido que sonaba menos judío, que nadie la molestara más. / Ese cambio de nombre dio a esta niña solitaria la posibilidad de probar una nueva identidad, compuesta de las fantasías que había estado reuniendo en su vida de Arizona gracias a sus persistentes lecturas. 
Rosenb... Sontag tomó distancia de sí misma. Quiso ser y fue una intelectual como ella creía que debían ser los intelectuales, a la europea; como ella creía que eran los intelectuales a la europea: cultos, comprometidos, glamorosos, populares, no académicos; críticos. Una intelectual que quería ser y no ser famosa, una celebridad; que lo fue. Que tenía sus paraísos en Nueva York y París. Que se veía y quería ser reconocida como escritora de ficción, no como ensayista. Que se resistió a reconocer públicamente su relación amorosa con Annie Leibovitz: «parece como si Sontag hubiera querido rehusarse a la política identitaria de los artistas homosexuales, por aquel entonces [los años noventa] muy extendida», escribe Schreiber. «Tal como había evitado la etiqueta de "autora feminista", Sontag se resistía también a la etiqueta de "escritora lesbiana" que el movimiento gay y lesbiano quería imponerle.»


7.
Lamento citarme, pero para qué volver a redactar lo que ya dije a propósito de otro libro, Nuestro grupo podría ser tu vida, de Michael Azerrad. Valga ahora para Sontag: «Los ochenta, en Estados Unidos, fueron la década de Ronald Reagan: conservadurismo, desregulación de la economía, disminución de impuestos, el escándalo Irán-Contra. Fue, también, el período de una serie de bandas de rock alternativo que, obviando a los grandes sellos discográficos y medios de comunicación, levantaron una corriente musical que explotó —y se comercializó— en 1991 con el disco Nevermind de Nirvana. En Nuestro grupo podría ser tu vida. Escenas del indie underground norteamericano 1981-1991, el periodista y crítico musical Michael Azerrad cuenta la trayectoria de trece bandas que antecedieron a ese momento: The Minutemen, Sonic Youth, Fugazi y Mudhoney, entre otras. Catalogado como uno de los mejores e imprescindibles libros de música “jamás escritos”, lo cierto es que revela una suerte de paradoja: aquellos jóvenes que se oponían a las políticas de Reagan fueron, en realidad, los verdaderos liberales; siempre y cuando entendamos por tal guiarse por una consigna heredada del punk británico: “Hazlo tu mismo”. ¿El retorno del mito del self-made man?» 

¿Sontag como metáfora del sueño americano?
La historia que cuenta Sontag suena como la famosa del sueño americano. Una madre separada [ella], sin recursos, de veintiséis años, en una enorme ciudad hostil [Nueva York] y con el objetivo de vivir allí como escritora, cineasta e intelectual, que hará realidad este proyecto contra todas las resistencias y gracias a sus propias fuerzas. 
Pero (por qué digo pero)... quién no se cuenta cuentos. Véase, por ejemplo, a Artaud según lo retrata Serge Margel en Alienación. ¿Quién no se miente?... O mejor, ¿quién no se maquilla, transfigura? ¿Quién no se ficciona?... Es lo que podemos. Susan Sontag fue una metáfora de la intelectualidad, del glamour... ¿Y qué son la intelectualidad y el glamour?, eso que fue Sontag. Esa es su autenticidad, su verosimilitud. Y entonces uno podría decir de algo o alguien, que es muy Sontag; que es como es, como fue, como está siendo, ¿y como será?... Quién sabe. (Sontag, huelga decirlo, fue una persona llena de dudas sobre su talento, incluso autoflagelante, no estaba segura de sí.)


8.
Tal vez la clave no sea conocerse a sí mismo. Tal vez la clave (el sueño) sea no conocerse; y quizás inventarse. ¿Quién no se cuenta cuentos?, dije... ¿Quién no quiere una vida?

[Continuará...]

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Por: Juan Rodríguez M.