CONTINUACIÓN DE SUSAN SONTAG COMO METÁFORA DE SÍ MISMA

LA ENFERMEDAD Y SUS METÁFORAS/
EL SIDA Y SUS METÁFORAS
Susan Sontag

Debolsillo, Barcelona, 2015, 205 páginas.

[Viene de «Susan Sontag como metáfora como metáfora de sí misma»]

9.
Dejé estos apuntes abiertos mientras terminaba de leer La enfermedad y sus metáforas y El sida y sus metáforas, de Sontag, reimpresos por Debolsillo en un volumen. Y, claro, no pude evitar leer haciendo cruces, forzando cruces, ajustando lo que dice Sontag en esos ensayos a lo que vengo diciendo aquí. Por ejemplo, donde ella dice que «es inimaginable estetizar esta enfermedad [el cáncer]», yo pensé y anoté: ¿eso intenta ella, estetizarse? Y luego, cuando escribe: «Por cierto, la romantización de la tuberculosis constituye el primer ejemplo ampliamente difundido de esa actividad particularmente moderna [yo destaco] que es la promoción del propio yo como imagen»; yo puse... Sontag es moderna, es un ejemplo de esa actividad particularmente moderna. Y también es romántica si seguimos su definición de romántico, a saber, volverse «interesante». Aunque no, era moderna, mas no romántica; porque no era nihilista. Al contrario, escribió contra la romantización de las enfermedades, contra el sentimentalismo, a favor de ver el cáncer o el sida como enfermedades y nada más que como enfermedades, como algo que hay que tratar con medicina; a favor de una perspectiva empírica, si se quiere, racional, vital, saludable... «Quizás —escribe Sontag— el legado más importante hecho por los románticos a nuestra sensibilidad estética no sea la estética de la crueldad ni la belleza de lo mórbido [...], ni siquiera la demanda de una libertad personal ilimitada, sino la idea nihilista y sentimental de “lo interesante”.»


10. 
Exacto, el nihilismo es romántico. La posmodernidad es romántica; es el esteta de Kierkegaard, ese que va de estímulo en estímulo en busca de nada, ese que se evade porque quisiera creer. Ese que no quiere decidir. Sontag: «Los románticos inventaron la invalidez como pretexto del ocio, y para hacer a un lado los deberes burgueses y poder vivir nada más que para su propio arte. Era un modo de retirarse del mundo sin asumir la responsabilidad de la decisión, la historia de La montaña mágica


11.
Si racionalismo es dar significado, explicar incluso lo que no entendemos (las supersticiones y otros esoterismos son racionalistas, por ejemplo), en vez de dejarlo como todavía ignorado; entonces la metaforización puede ser, por ejemplo en el caso de enfermedades como el cáncer, racionalismo. Metaforizamos allí donde no sabemos, allí donde quizás deberíamos callar, o eso parece decir Sontag: «Cualquier enfermedad importante cuyos orígenes sean oscuros y su tratamiento ineficaz tiende a hundirse en significados.» 

Entonces, ¿por eso nos contamos cuentos sobre nosotros, porque no sabemos nada?


12.
En El sida y sus metáforas —una relectura de La enfermedad y sus metáforas— Sontag dice que cuando hablaba de metáfora lo hace en el sentido aristotélico del término: «La metáfora consiste en dar a una cosa el nombre de otra.» Y ya que vengo diciendo que Susan Sontag es una metáfora de sí misma, alguien podría jugar con aquella definición y decir que metáfora es dar un mismo nombre a dos cosas. Darle, por ejemplo, el nombre de uno a lo que uno quiere ser. O sea, lo contrario de lo que Sontag se proponía con las metáforas sobre las enfermedades: 
La finalidad de mi libro era calmar la imaginación, no incitarla. No dar significado, propósito tradicional de todo esfuerzo literario, sino privar de significado: aplicar esta vez esa estrategia quijotesca, altamente polémica, “contra la interpretación”, al mundo real. Al cuerpo. Mi finalidad era, sobre todo, práctica. Porque desgraciadamente había comprobado, una y otra vez, que las trampas metafóricas que deforman la experiencia de padecer cáncer tienen consecuencias muy concretas: inhiben a las personas impidiéndoles salir a buscar tratamiento a tiempo, o hacer el esfuerzo necesario para conseguir un tratamiento competente. Me convencí de que las metáforas y los mitos matan. 
Nótese, sin embargo, que el asunto no son las metáforas, sino que sus consecuencias. El problema no es metaforizar, sino hacerlo respecto al cáncer y otras enfermedades; de hecho, diría que el problema son ciertas metáforas: esas que hacen del cáncer un tabú, una maldición, algo idéntico a la muerte, hasta un asunto existencial, incluso mental, que es mejor tratar alternativamente. Se trata, en otras palabras, de que las metáforas pueden «echar a perder una identidad»; ese es el asunto de los dos ensayos de Sontag. 

Echar a perder la identidad, habría que decir, que cada quien se construye... que construimos y nos construyen con metáforas. Si es así, entonces el asunto de Sontag son las metáforas nihilistas versus las vitales; en este caso, aquellas que hacen renunciar al tratamiento contra el cáncer, las anticientíficas, versus las que promueven tratarse. Claro que Sontag llama a lo primero una reacción metafórica, y a lo segundo una «correcta». Aunque más adelante dirá «inflación metafórica», lo que tal vez quiera decir que lo incorrecto no es la metáfora, sino su inflación... ¿Y cuándo está inflada una metáfora?, tal vez cuando echa a perder una identidad, es decir, cuando la reduce a nada, a la muerte.


13.
Leí una reseña —de Otro logos (un libro que no he leído, de la argentina Elsa Drucaroff, publicado por Edhasa)— que habla contra la metáfora y a favor de la metonimia como figura del pensamiento. Y como uno más uno es dos, o eso pienso yo, se me ocurrió esto: ¿Y si abandonamos la metáfora o, mejor, si diversificamos las figuras del pensamiento: si pensamos, también, metonímicamente, elípsicamente, hiperbatónicamente, etcétera, etcétera, etcétera? De hecho: ¿No lo hacemos ya, no son esas y otras figuras el modo en el que contamos historias... no son figuras retóricas, literarias? Y entonces: Susan Sontag como metáfora, metonimia, elipsis, hipérbaton... de sí misma; y por qué no como prolepsis, como una anticipación, como una proyección. Como recreación, reconocimiento En fin, como una vida; contada por uno y otros, por Sontag y Schreiber, por ejemplo. ¿Un milagro? 


Apéndice
Media o un ahora después de que terminé de escribir lo anterior, leí una entrevista que Patricio Tapia le hizo a Camille Paglia en La Tercera (es una crítica cultural que, por supuesto, no conocía). En ella, la entrevistada dice: «Sontag será recordada por su celebridad, pero por poco más». Lo que me hizo pensar: ¿Susan Sontag como alguien «interesante», esnob, cultora de sí misma, romántica?..., ¿o intelectual comprometida, mujer que se hizo a sí misma?... 

De nuevo: «En realidad ¿qué sabe de sí mismo el hombre?»... Pero, claro, a Susan Sontag eso le da igual... ahora, porque ella ya tuvo su vida. Y entonces podría decir ella, como hace Pierre Drieu La Rochelle en Confesión y otros escritos (Ediciones UDP), «Uf, ahora que estoy afuera, puedo, tranquilamente, considerar mi vida como algo pasado.». Aunque si pudiera decirlo, sería mentira...

(Tal vez estos apuntes debieran llamarse «Susan Sontag, o quién sea, como voluntad y representación». Y la moraleja podría ser: cuidado con el cuento que te cuentas, no vayas a terminar siendo tú mismo... «Estoy harta de ser Susan Sontag», le dijo ella en 1989 a Andrew Wylie, su futuro... representante: «No consigo terminar con mi trabajo. Quiero escribir una novela. Pero me llaman treinta veces al día. Me piden leer determinados libros y escribir contratapas de recomendación. Me piden dar conferencias. Me piden apoyar tal o cual campaña política [...]. Y muchas de esas cosas son importantes para mí. Pero el resultado final es que no logro otra cosa que ser Susan Sontag.»)


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Por: Juan Rodríguez M.