ANTONIN ARTAUD COMO TRAGEDIA Y FARSA

ALIENACIÓN
Antonin Artaud. Las genealogías híbridas
Serge Margel

Metales Pesados, Santiago, 2016, 104 páginas.
La filosofía hay que leerla como literatura, como ficción. Hay que dejarse llevar por las palabras del libro que leemos, suspender nuestra relación con la realidad y pactar con el mundo que se nos presenta, comprender su lógica. Por ejemplo, Alienación. Antonin Artaud. Las genealogías híbridas (Metales Pesados), un libro del filósofo suizo Serge Margel, se puede leer como la narración del drama, o tal vez la tragedia de Artaud. El drama o tragedia de este escritor intentando ser el que es, sí, pero también: ser el que no es, dejando de ser el que es y, por qué no, dejando de ser el que no es. Hasta podría decirse que es la filosofía de Artaud, o sea su vida, su obra, como tragedia y farsa, como lucha para librarse de la unidad de sí mismo; o al menos es la impresión que me dejó a mí como lector de esa historia: ¿Hay que tomársela en serio o hay que reírse? ¿Artaud quería reírse de sí mismo, y quizás de nosotros? ¿Es una revolución para sí mismo?... O tal vez puede que yo no haya entendido nada, o que haya entendido todo... mal. Como sea, anoté esto:


1. 
El libro de Margel no es una biografía, aunque de algún modo sí, pues es un intento de «comprender cómo Antonin Artaud cuestionó la identidad del cuerpo en función de un orden genealógico», según cuenta el autor en la “Obertura” de su trabajo. O, dicho en otras palabras, un intento por comprender cómo se contaba Artaud a sí mismo o cómo se quería contar.


2.
La tarea —cuestionar la identidad del cuerpo y comprender cómo se cuestiona— parece una condena a intentar lo imposible: oponerse al destino, romper con su fatalidad. Lo primero que subrayé del libro dice: «Artaud no pretende nunca responder, avanzar una hipótesis, proponer una definición, ni siquiera abrir un debate. Quiere romper, desprenderse violentamente, desligarse del cuerpo, del lenguaje, del pensamiento.» ¿Es posible? Aunque, ya que nos pusimos en el plano de la literatura, ¿importa que lo sea? No, si aceptamos que lo imposible nunca ha sido un impedimento para la mente; así es que sigamos: «Hay que poder ya no pensar para construir un nuevo campo de pensamiento, ya no poder hablar para abrir otro horizonte del lenguaje, no poseer cuerpo para vivir el estado de un cuerpo sin órganos.» ¿Por qué? Porque soy, o lo era Artaud, un alienado en el mundo. Y lo soy porque «existo, pienso, hablo, experimento sensaciones.» Es decir, estoy condenado a ser el que soy, a ser ese que se identifica al hablar, pensar, moverse. La sociedad me condena: la alienación identifica lo disperso, delimita lo uno y lo otro. Y yo —Artaud— no quiero ser eso. Si hasta Dios, que sería lo «totalmente otro», es una impostura más entre las imposturas políticas, jurídicas, médicas que hacen de mí (de Artaud) el que soy.
     
Al parecer estamos atrapados. Podría decirse que la alteridad es la garantía de la identidad. Que la alteridad no es lo que se distingue de la identidad, sino que es la condición «de una reproducción de identidad, o de la identidad, que la sociedad necesita para vivir». Esto, que suena a Hegel, Margel lo describe como la vieja dialéctica de lo mismo y de lo otro, como idealismo político... Y por eso, pienso, cabe preguntarse, ¿qué más se puede hacer que no sea lo mismo de siempre? ¿Pensamos lo mismo, hacemos lo mismo... cambiamos lo mismo?
       
Y, sin embargo, Artaud pone en duda, cuestiona las actas de nacimiento y de defunción: ¿Quién dice que yo soy Antonin Artaud, que nací en tal fecha, que provengo de mi padre y de mi madre, que soy hombre o mujer, hijo, padre o lo que sea, que estaré muerto cuando lo diga tal certificado? Todo lo que queda fuera de la filiación, desechado, lo que resiste a ese orden abre la posibilidad de un «devenir infinito.»... ¿O sea que Artaud quiere ser Dios? Mas, ¿acaso lo otro no era lo mismo, y Dios, lo totalmente otro, también una impostura? Tal vez, entonces, Artaud quiere ser más que Dios, no menos, porque menos ya es; ¿quiere estar siempre siendo, no llegar nunca a ser, ser un híbrido, ser el exceso de sí mismo, los restos de sí mismo?


3.
Escribe Margel en el primer capítulo del libro, “Las genealogías del cuerpo sin órganos”: «Lo que cuenta es la ley heterogénea de las series, o la ley de un encadenamiento infinito. En la más pequeña parte del cuerpo, la más inaccesible, la más indiscernible, invisible incluso, hay una multiplicidad de otros cuerpos que se articulan los unos con los otros, que se enmarañan al infinito, según la ley de un devenir posible». Lo que cuenta no son las partes, sino que «las fuerzas vivas», agrega, y entonces no queda (no me queda) más que pensar en Nietzsche y su imagen de la vida como voluntad de poder, como choque y articulación de fuerzas, de voluntades que configuran a una vida. Y, sin embargo —tal vez contra Nietzsche—, para Artaud se trata de un cuerpo sin órganos, o sea, ¿de un cuerpo vacío?, ¿de un cuerpo inmaterial?... ¿platónico?... ¿De una idea? No, o tal vez sí, quién sabe: según Artaud todo cuerpo es algo de otro cuerpo, todo cuerpo es una relación y, por lo tanto, una dispersión. «No hay materia, no hay más que estratificaciones provisorias de estados de vida», dice. Y luego Margel: «Un cuerpo es lo que se transforma, sin cesar cambia de forma.» Y ocurre que al ser identificado, fijado, alienado, el cuerpo ya no sabe que es «un infinito encadenamiento de cuerpos, de espíritus, de lenguas extranjeras, desconocidas y todavía inexistentes o “inhumanas”.» No sabe que es un cuerpo heterogéneo. Y quien quiera lo imposible, ha de saber eso... Iba a decir que debe conocerse a sí mismo, pero parece que va más en línea de esta historia decir que debe conocerse que no es sí mismo.


4.
Llamemos «materialismo» a esa idea del cuerpo como cuerpos. Y digamos que, sin embargo, siempre queda un dejo de idealismo, de espiritualismo, de platonismo en lo que dice Artaud: habla de un cuerpo sin órganos, como ya vimos, que quedaría libre de sus automatismos y volvería a su verdadera libertad. Pero, de vuelta, afirma que no hay espíritu, sino que diferenciaciones de cuerpos. Aunque en su deseo de «devenir otro», en su búsqueda de otra relación con la vida, Artaud también parece volverse contra el cuerpo y apostar por la inmortalidad: «No me limité a decir que el cuerpo humano no estaba hecho para estar enfermo, para degradarse y para morir. Es la espantosa pululación de nervios, el espantoso fraccionamiento de la circulación sanguínea lo que causa todas las enfermedades del cuerpo.»… Llamemos «materialismo a la Artaud» a esa idea del cuerpo como cuerpos.


5.
Parece que lo de Artaud es una autobiografía. Es el intento de inventar otro tipo de autobiografía. La autobiografía como genealogía (¿Nietzsche?) y, por lo tanto, contra la autobiografía; como testimonio de la mentira que soy (que es Artaud). La autobiografía como superación de sí mismo, algo así como: yo no soy ese que dicen que soy y ni siquiera el que yo digo que soy. «Una vez más», explica Margel, «no se trata de escribir la historia de una vida sino de asistir a la fabricación de un cuerpo enfermo, de ser entonces el testigo de una defección anatómica, de una falsificación o de una mentira.» ¿Qué mentira? ¿La mentira de los nervios, del sistema circulatorio? ¿O sea que el cuerpo es la enfermedad del cuerpo? ¿A Artaud le duele su cuerpo? (¿No-Nietzsche?). Parece... Parece que Artaud está en busca del cuerpo perdido, del paraíso perdido, de la edad de la inocencia: de hecho, de acuerdo a la exposición que hace Margel, habla de un cuerpo que «debería tener», que hay que reconstruir, «que ya ha existido hace más de cuatro mil años, antes del desarrollo de las grandes civilizaciones de “médicos y eruditos”, representantes de un discurso dominante, alienante, inventores del cuerpo anatómico, del cuerpo enfermo.» Y también habla del «cuerpo por venir», del «cuerpo prometido», que es digno de ese «cuerpo precedente» inconmensurable. De nuevo: Artaud en busca del cuerpo perdido, y por lo tanto de la buena nueva... ¿Artaud contra la historia?


6.
¿Será que Artaud desespera de su finitud? ¿Será que es el esteta de Kierkegaard, ese hombre que va de máscara en máscara, de una experiencia en otra? «El esteta quiere huir de la banalidad de su existencia. Permanentemente cambia de máscaras e identidades culturales. Convierte su vida en un teatro en el que él mismo adopta todos los roles que pone a su disposición la historia de las formas culturales superadas.» (Boris Groys, Introducción a la antifilosofía). O más bien será —ya que añora el paraíso y espera la promesa—, no sé si el hombre que camina al estadio ético (el del deber ser, el del ajuste a las reglas, al orden, al rol social), pero quizás sí el que quiere saltar a la religión, a la fe. Repito, pues, una pregunta que ya hice: ¿Artaud quiere saltar a Dios... quiere ser Dios? 
Nuestro poeta ama a Dios sobre todas las cosas y Dios es para él su único consuelo en medio de sus tormentos secretos, pero con todo, ama también sus tormentos y no los soltará. Desea profundamente ser sí mismo delante de Dios, pero hecha excepción de ese punto fijo en el cual el yo está sufriendo, pues ahí desesperadamente no quiere ser sí mismo. Espera que en la eternidad desaparezcan todos esos dolores, pero aquí en la temporalidad, aunque son muy intensos, no está dispuesto a soportarlos con el ánimo y la humildad característicos del creyente. Y, sin embargo, sigue manteniéndose en relación con Dios y ésta es su única felicidad. (Søren Kierkegaard, La enfermedad mortal).

7.
Reescribirse genealógicamente, de eso se trata; de pillar el hechizo, el truco, darse cuenta de la impostura que soy. De ser todos los cuerpos, o relacionarse con todos los cuerpos. Se trata, pues, de hacer magia: ¿De hacer literatura, autoficción, ser un hechicero? De descubrir todos los cuerpos que soy y puedo ser, que es y puede ser Artaud (¿incluso ya muerto?, ¿Artaud ha muerto?) Se trata, parece, no de intersubjetividad, sino que de intercorporalidad; o mejor, de cuerpos híbridos, hibridados. «Yo, Antonin Artaud, soy mi hijo, mi padre, mi madre/ y yo», escribe Margel, y me acuerdo de la santísima trinidad, esa en la que las tres personas son Dios, pero ninguna persona es la otra persona. Y me acuerdo de «Yo soy el que soy».


8.
Excederse a uno mismo, ser parte de uno mismo, ser yo y no serlo... todo eso que quiere Artaud es —para la sociedad— estar «loco de atar». ¿Qué hace entonces la sociedad? Interna al loco, al desequilibrado, para equilibrarlo y reinscribirlo en ella. Que es lo mismo que decir: para ocultarse a sí misma, para no verse, para no ver sus raíces, su historia, sus cadáveres en el clóset, su impostura. La lógica de Artaud, o de Margel, es que una sociedad, para ser sociedad (1) devora las singularidades —es un cuerpo colectivo que se nutre de los cuerpos singulares— y (2) no puede ver que esa es su condición de existencia. Y por eso, cuando interna al loco, al lúcido —a Artaud— que pilló el truco, en realidad se está internando a sí misma: sólo así puede verse sin ponerse en riesgo. La sociedad suicida al loco y Artaud, que efectivamente fue internado en manicomios y sometido a electrochoques, está obsesionado (lo dice Margel) en poner en escena la manera en que la sociedad se invisibiliza a sí misma. Pero, claro, nadie lo oye ni ve; o quizás sí, pero en ese caso, imagino, le habrán dicho que estaba haciendo puro teatro. (Como al loco de Nietzsche que anuncia la muerte de Dios en La gaya ciencia).


9.
Pasemos a la segunda parte del libro, "Las genealogías del cuerpo muerto". Si internar el cuerpo es alinearlo en una genealogía que dice que yo me llamó de tal modo, que nací tal día, que mis padres son este y esta, y mis hijos son estos, que morí en tal fecha; si internar el cuerpo es ponerle una máscara, asignarle un rol, hacerlo actuar de tal manera; si es eso, me pregunto, ¿cuál es la alternativa o cuáles son las alternativas reales, no "actuadas", no alienadas, no impuestas? ¿La alternativa es llevar a escena la puesta en escena? Y si es así, ¿Artaud denuncia la mentira porque es mentira o porque se hace pasar por verdad? Si hace lo primero, él también es un mentiroso, alguien que cree que dice la verdad; si hace lo segundo, entonces miente con verdad, con conciencia; o sea, no miente, porque sin verdad no hay mentira. Dicho de otro modo, y perdonando tanta redundancia: ¿La mentira es que hay verdad o la mentira es que tu mientes y yo digo la verdad?

hace entonces más de cincuenta años —cuenta Artaud— / 
que me di cuenta de una insigne y asombrosa mentira. / 
Esa mentira es que la humanidad tiene en alguna parte una bestia que no ha querido nunca eliminar, una especie de bestia suave que escrupulosamente esconde esperando el día, de entre todos bendecido y designado por ella, en el que podrá mostrarla a la luz. / 
Pero la verdad es que el hombre es ese glotón e incoercible cerdo descrito en cientos de mitos, / querido por cientos de mitos, / 
y que desde su primera incrustación no se ha movido. / 
La mentira es la de esa honesta fachada ...

La mentira es la máscara. ¿Y acaso no es la máscara la genialidad, o la miseria —o lo que sea— del ser humano; su humanidad? Entonces, sigo con la redundancia, ¿Artaud quiere quitar la máscara y descubrir el verdadero rostro o quiere —como Nietzsche, al que reivindica— descubrir que sólo hay máscaras? 

Artaud quiere decirse, porque uno nace cuando te dicen —o eso dice él—, cuando te registran. Ser es ser dicho, en el principio fue el verbo —¿Artaud es borgiano?, ¿identifica palabra y realidad? Artaud, dice Margel, quiere denunciar abierta y públicamente que el discurso de su nacimiento, el acta de nacimiento, es un discurso mentiroso, engañador. Hay que denunciarlo... ¿Por qué? Porque no está de acuerdo con su estado civil, porque, dice Margel: «Es el discurso de un secuestrador, es una blasfemia, un perjurio, una parodia que protege a la sociedad contra ella misma»... ¿Pero acaso no lo es todo lo humano?, ¿acaso el intelecto no trabaja fingiendo, ficcionando (Nietzsche)? «La falsificación es la escritura performativa del documento. Es el hecho mismo de fechar, de localizar, de decir “nació el... en ...”.» ¿Y?... ¿Y si vivimos como si hubiéramos «nacido el... en... », o como si no, que es lo mismo (quiero decir, es mentira, es fingir, es impostura)? 

Artaud habla de «rechazar el tiempo», y se me ocurre que está en busca del mundo verdadero (de sí mismo). ¿O no? Ya vimos que no quiere que otros lo cuenten, que lo digan. Quiere contarse un cuento, o varios. «Es un verdadero trabajo de reconstitución, de recomposición, de refacción, no para darse una nueva vida, otro nombre, nuevas fechas de nacimiento y de muerte sino para escribir el relato ficticio de otra historia», dice Margel. Y entonces Artaud no puede estar buscando ningún mundo verdadero, nada verdadero, más bien adopta ¿la ficción? nietzscheana del hombre como sujeto artísticamente creador, de la razón como algo que trabaja fingiendo.

10.
Para Artaud, nacer no es existir. Nacer es que te digan, existir es decirse, o mejor, irse diciendo. Y, sin embargo, si un estado civil es mentira, entonces lo es todo cuento. Todo “dato” que den o que yo dé de mí mismo. Es mentira que nací en tal fecha, es mentira que no nací en tal fecha y que «me convierto en el que soy». Esto lo digo yo, o lo dices tú, lo decretas, cual oficial del Registro Civil... ¿Quién dice que nací allí y en ese momento? No lo digo yo, sino otros; o al menos un papel, un certificado. ¿Pero acaso no son también los otros los que me hacen devenir yo?... Yo me cuento, ellos me cuentan, yo cuento según ellos me cuentan, ellos cuentan lo que les conté. ¿Artaud es solipsista, quiere ser sin los otros? Parece querer el control total sobre su identidad, se quiere autor exclusivo de sí mismo, cuando sospecho que somos, soy, de hecho, obra de nosotros et al. Yo et al. ¿Yo y mis circunstancias?


11.
¿Poner en escena es poner en cuestión?


12.
Artaud llama verdad a lo que el mundo llama poesía, locura o ficción. ¿Llama verdad a su misterio, a sí mismo, a su solipsismo, a su nacimiento anterior? Dice: «Hay un misterio en mi vida, Marthe Robert, cuya base es ésta: no nací en Marsella el 4 de septiembre de 1896, sino que pasé ahí aquella noche, viniendo de otra parte, porque en realidad nunca nací y en verdad no puedo morir.»

¿Será que Artaud es cartesiano, que duda de sí («No me acuerdo de haber nacido nunca.»), que llama verdad a su cogito-sum, a su mente, a Dios? ¿Él es Dios? ¿Uno y todo? Lo cierto, o no, es que Artaud dice que no es de este mundo, que esta aquí, pero viene «de otra parte que su moral.» ¿Y qué otra parte o momento es ése? Tal vez sea sí mismo antes de sí mismo, la mente cartesiana o, en sus palabras, el «precipicio sin nombre.» ¿Será que quiere encarnar la fantasía del superhombre nietzscheano? ¿Ser un nuevo Cristo... seguir siéndolo? Dice: «He sido hace dos mil años crucificado en el Gólgota.» Y luego: «me han suicidado.»
     
Se me ocurre que Artaud quiere ser en obra, es decir, no una obra, no algo ya hecho. [Véase, quien quiera, “César Aira o el eterno retorno de lo mismo”.] Se trata, dice Margel, de un aquí y un ahora que no es «de una vez y para siempre»... Se trata, pienso, de una realidad evanescente que ha de conjugar la estabilidad del espacio y la fugacidad del tiempo (Schopenhauer.) Por eso para Artaud vivir es sobrevivir; es devenir. «Es —según Margel— ya no tener lugar entre el ser y el no-ser», es: «Entrar en lo extraordinario.» ... Pero de nuevo, ¿qué es lo extraordinario? ¿Es uno mismo? ¿Es el mundo?... ¿Tiene sentido hablar de “uno mismo” y el “mundo” como si fueran dos realidades ajenas?


13.
¿Qué es lo extraordinario? ¿Es la literatura? ¿Un milagro? En el caso de Artaud, cuenta Margel, lo extraordinario fue también hacerse internar o ser internado... en la cárcel... y el manicomio. ¿Se trata todo esto —esta genealogía— de la locura del que busca su yo? ¿Una locura antisocial, individualista, innovadora, privilegiada? ¿Es la locura del hombre que (cree que) se hace a sí mismo, que se piensa a sí mismo? ¿Es la locura del pienso-luego-existo?

Pareciera que sí, pues si Artaud quiere el aislamiento, si no quiere que nadie, que ningún otro dé cuenta de él, entonces quiere estar seguro de sí mismo. Y entonces, sí, es cartesiano. O tal vez sea quijotesco: «La muerte no es más que un estado pasajero. Es un estado que nunca ha existido, pues si vivir es difícil, se vuelve más y más imposible e ineficaz morir.» ¿Qué sentido tienen estas palabras de Artaud? ¿Hay que encontrarles un sentido? Al parecer está distinguiendo entre morir y que se decrete mi muerte, de lo que se sigue que, puesto que el decreto lo hace otro, yo no muero, Artaud no muere. Pero entonces hay que preguntar quiénes son estos otros que «se apropian de mi existencia mediante un acta de defunción». ¿Contra qué molinos pelea Artaud? 


14.
Vamos ahora con las notas que hice sobre “Las genealogías de un cuerpo de escritura”, la tercera parte del libro. Que de nuevo me suena a metafísica, a mística, a nostalgia, a buscar la verdad detrás de la máscara. De hecho no me suena, lo leí: Artaud dice que para reconstruirse hay que volver, sí, volver «a la construcción metafísica y mística, a la preparación orgánica del cuerpo humano.» Pero, claro, dice «orgánica», y eso ya no se parece al mundo verdadero, al mundo de las ideas. Artaud se impone como deber adelantarse a Dios, hablar antes que él. Y entonces me pregunto si, mientras Descartes recurrió a Dios como garante de su cordura, ¿Artaud quiere quedarse en la duda, la duda sin Dios... antes que Dios? Es decir, antes de que me asegure, antes de que me dé la certeza. Si es así, entonces Artaud es más cartesiano que Descartes, no traiciona la duda, se queda en la locura, en la certeza equívoca del cogito cartesiano; esa certeza donde uno más uno puede no ser dos, esa certeza donde no importa que uno más uno sea dos o cualquier otra cosa, sino que me parezca que lo es. 


15.
Artaud anda en busca de un culpable, quiere echarle la culpa a alguien. ¿De qué? De sí mismo, de ser quien es —tal como hacemos todos, que culpamos al padre, a la madre, al mundo, a lo que sea, a Adán y a Eva, a Dios.

Artaud dice que Dios es el asesino que, para ser, me mató, me dictó (¿el hombre ha muerto y lo mató Dios?) Y luego... Luego lo decimos nosotros, lo dice Artaud, y entonces Dios cae presa de su impostura. (Nietzsche decía que a Dios lo mató su veracidad, o algo así: ya que Dios es veraz, demanda veracidad —esa es la impostura—, llega un momento en el que él mismo es medido con esa vara; y entonces muere. Y luego...)

Hay que ver la impostura de Dios para invertir la situación. Entonces, dice Artaud: «soy yo el que es dios, verdaderamente dios / —yo, un hombre.» Y de nuevo recuerdo a Nietzsche, esta vez cuando dice, en El crepúsculo de los ídolos: «Hemos eliminado el mundo verdadero: ¿qué mundo ha quedado?, ¿acaso el aparente?... ¡No!, ¡al eliminar el mundo verdadero hemos eliminado también el aparente!»...

De modo que cuando Artaud dice «soy yo el que es dios», ¿está diciendo que al eliminar el mundo verdadero no eliminamos el aparente?, ¿está haciendo sólo una inversión? Quizás haya que poner atención en que escribe «dios» y no «Dios», y en lo que anota Margel: «Refugiarse [...] en el no-ser, perderse en la nada o darse la muerte no es una solución radical, definitiva, sino una simple estrategia, una práctica de retorsión».

Artaud quiere mostrarle a Dios el vacío, la nada que es Dios; quiere ponerlo contra sí mismo, ¿anularlo? Dios se enfrenta a su nihilismo... El hombre se enfrenta a su nada que tenía por todo. Muere Dios y con él el mundo aparente, el vacío; el cuento es más o menos este: Dios ha muerto, esto es lo que hay, yo soy y esto es todo... ¿Eso quiere Artaud, esa es su estrategia? ¿Es nietzscheano? ... «Y cuando Artaud dice que su momia da a Dios la idea del vacío, se escucha resonar la idea de un vacío reflectante, un vacío en y mediante el cual Dios se refleja, incluso un lugar reflectante en el que la idea de Dios se vacía, en el que las condiciones de su alteridad se revelan y se agotan», escribe Margel. Y luego Artaud:
Desde hace mucho que ya he sentido el Vacío pero que he / 
rechazado arrojarme al Vacío. / 
He sido cobarde como todo lo que veo. / 
Cuando he creído que rechazaba este mundo, lo sé ahora, rechazaba el Vacío. / 
Porque sé que este mundo no es y sé cómo no es. / 
De lo que he sufrido hasta ahora es de haber rechazado el Vacío. / 
El Vacío que estaba ya en mí.

16.
Luego de hablar de ese vacío reflectante, Margel cita un texto de Artaud que me devuelve a eso de quedarse en la duda sin Dios... antes que Dios; y que apuntala la idea de que nuestro escritor es más cartesiano que Descartes, que es nietzscheano. En ese texto Artaud dice que lo que le da más miedo de la muerte no es el acercamiento a Dios —«ese retorno a mi centro»—, sino que la necesidad de una entrada definitiva en sí mismo como el fin de sus males. «No puedo librarme de la vida, no puedo librarme de algo. / Quisiera estar seguro de que el pensar, el sentir, el vivir, son hechos anteriores a Dios. El suicidio tendría entonces sentido.» Y en otro texto dirá: «En realidad no debo venir de otra parte más que de mí mismo y seguiré yo mismo contra Dios por siempre y por primera vez.»

Pero también pienso que Artaud está peleando consigo mismo, contra sí mismo. ¿Él es su molino? Cuando dice «yo y él» parece que hay que oír «Artaud y Artaud». Es más, dice que él es el alma de los huesos de Artaud y que se volverá «contra su carne y su esqueleto»; de hecho es obvio, puesto que se trata de una genealogía de sí mismo. Y entonces vuelvo a dudar: ¿Artaud se queda con el mundo aparente, en el mundo aparente, el vacío? Él, que habla de abolir la realidad, ¿quiere evadir la realidad por escrito? ¿Busca lo imposible? ¿Le pesa el mundo o quiere enriquecer el mundo, quiere hacerse un vacío para llenarlo con más mundos? Dicho de otro modo lo que ya he dicho varias veces: cuando Artaud niega su cuerpo en favor de su alma, ¿se trata una negación sin más del mundo, del cuerpo, de sí mismo; o es una negación para abrir otras posibilidades de ser? ¿Es un metafísico al revés, o es nietzscheano? 
   
Tal vez mi error de lectura es querer hacer consistente a Artaud (o a Margel, en rigor), es querer reducir a alguien a una consistencia y no librarlo a su contingencia; y a lo que se va contando en cada momento. Uno puede decir esto y aquello, esto o aquello; lo uno, lo otro y lo contrario... y por eso estar siendo uno mismo. Puede pintar monstruos, como hizo Montaigne; escribir, ensayar. Contarse como tragedia y farsa, ser poeta, hacer una revolución para sí mismo: «Busco un imposible escrito /  —dice Artaud—
 que sólo en mis médulas está inscrito / 
y ni siquiera eso / 
pero que dirá el vacío o lo lleno / 
mejor que yo.»


Apéndice
Por último, porque ya me excedí, transcribo sin contexto, y separadas por guiones, las notas que hice en los márgenes del apéndice de Alienación..., titulado “Antonin Artaud. Para una economía de la perdición”; quizás hagan sentido: «Es contar, contarse un origen — Para revelar su ficción, para reivindicar su ficción; la ficción, no las ficciones — Es teoría y práctica — Idealismo — Una transfiguración de sí mismo, ¿no es también una revuelta sin efecto?, ¿masturbación? — Platonismo: el cuerpo como cárcel del pensamiento, un cuerpo fantasma, cuerpo nada; y sin embargo... — Cosa mental — Pienso luego existo — ¿Psicoanálisis? — Bar, bar, bar — ¿Transvaloración o inversión? — Este gesto sigue viendo los valores como LOS valores, ¿no habría que apostar por la transvaloración, transfiguración (como parece decir a veces Artaud)? — Solipsismo — Perspectivismo, contingencialismo, ficcionalismo a sabiendas — Sin recaer en la ficción que se tiene por verdad, por no ficticia — ¿El paraíso?, ¿el mundo verdadero? — ¿Un imposible?, ¿un fracaso? — ¿Tabla rasa? (Descartes).»


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Por Juan Rodríguez M.