ESTIMULANTES MODERNOS:MARX, FREUD Y LÉVI-STRAUSS

NOSTALGIA DEL ABSOLUTO
George Steiner

Siruela, Madrid, 2014, 133 páginas.  
En 1974, el crítico cultural George Steiner dio una serie de cinco conferencias radiales, que luego se reunieron y publicaron como Nostalgia del absoluto. En ellas propone una reflexión que él mismo califica como simple: la decadencia de los sistemas religiosos, singularmente del cristianismo, dejó un «inmenso vacío» en el mundo occidental. Y los últimos ciento cincuenta años (ciento noventa si agregamos las décadas que van desde los setenta hasta ahora) la historia de Occidente se puede leer como una serie de intentos de colorear ese blanco, o tal vez de iluminar el negro. De ahí, entonces, las grandes «antiteologías», las «metarreligiones», los credos sustitutivos de los siglos XIX y XX. A saber: el marxismo, el psicoanálisis y la antropología de Lévi-Strauss; a los que llama mitologías, pero no necesariamente en un sentido peyorativo; al contrario, dice que son «monumentos de la razón y formas de celebración de los poderes ordenadores del pensamiento racional.»

Son mitologías, explica Steiner, en cuanto cumplen con estas condiciones: (1) ser un cuerpo de pensamiento con pretensiones de totalidad, ser un cuadro completo del «hombre en el mundo»; y, por lo tanto, permitir su refutación o falsación. (2) Tener un inicio y un desarrollo, o sea, un momento de revelación o un «diagnóstico clarividente» a partir del cual se desarrolla el sistema, que será fijado en una serie de textos canónicos; a partir de lo cual se generará una ortodoxia y una heterodoxia, incluso herejía, entre los discípulos. (3) Desarrollar «un lenguaje propio, un idioma característico, un conjunto particular de imágenes emblemáticas, banderas, metáforas y escenarios dramáticos»; gestos, rituales, símbolos.

Los más conocedores de las tres doctrinas estudiadas podrán decir si calzan con las características que define Steiner. Yo quiero centrarme en la primera de ellas, particularmente en eso de que una mitología debe permitir su refutación —incluso invitar a ella, dice Steiner—, si es honesta. 

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Una ficción, pienso, no se refuta. No es ni verdadera ni falsa, es influyente o no, exitosa incluso, cautivadora, incitante, motivadora; movilizadora o no. Si vamos a juzgar una mitología en términos de verdad y falsedad, si vamos a exigirle lo que se le exige a una teoría, entonces tendríamos que decir que el cristianismo nació refutado y ha seguido siendo refutado hace dos mil años (ni siquiera consta que Jesús haya existido, y el «voy y vuelvo» parece el cuento del lobo; o de Parra) y, sin embargo, todavía sobrevive, todavía influye; incluso después de la muerte de Dios: como fuente de sentido, para muchos; y como poder político. Funciona, diría Wittgenstein. Tal como funcionaron, y quizás todavía lo hacen, el marxismo, el psicoanálisis y la antropología de Lévi-Strauss. 

De modo que, pienso, no viene al caso que una mitología, para serlo, pueda refutarse. De hecho, el propio Steiner parece reconocerlo cuando dice, a propósito del marxismo, que no hay que dejarse engañar por su fracaso, «si es que de un fracaso se trata.» A lo que agrega: «Lo que estaba en juego no era la mera crítica técnica de ciertas instituciones económicas; no es por las cuestiones teóricas […] por lo que generaciones de mujeres y de hombres han luchado, han muerto y han dado muerte a otros.» 

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Si seguimos a Steiner, el marxismo, el psicoanálisis y la antropología de Lévi-Strauss son grandes obras de grandes imaginaciones, narraciones incluso, literatura; como la obra de Homero, la Biblia o En busca del tiempo perdido. Son filosofía, diría Michel Onfray (que en esto sigue a Nietzsche), o sea, la expresión de un individuo (o de varios, incluyendo, por qué no, a los lectores). 
La fuerza sugestiva, la sutileza descriptiva de las clasificaciones y categorías freudianas —escribe Steiner—, no se ponen en duda. Lo que no está claro es su estatuto con respecto a las pruebas, al control, a la falsación. Progresivamente, hemos llegado a comprender que los modelos y conceptos freudianos son imágenes, escenas, metáforas cautivadoras; que están anclados no en un cuerpo de hechos científicamente demostrables, sino en el genio individual de su fundador y en circunstancias locales.
De ahí, pues, que nuestro autor ponga como compañeros de Freud —«en el gran viaje hacia el interior»— a Schopenhauer, Proust y Mann; y que describa sus verdades como algo de un orden estético e intuitivo, como las de la literatura y la filosofía; y como un enriquecimiento de la imagen de nuestra experiencia. (Nota: Nietzsche prefería la filosofía de Heráclito a la de Aristóteles por razones estéticas; y, según dijera Alicia Jurado, a Borges no le interesaban las ciencias, «pero le apasionaba todo aquello que le pareciera fantástico o inverosímil: la teología, las herejías extrañas como la de los gnósticos, las religiones orientales, la filosofía.») «Lévi-Strauss es un creador de mitos, un mitógrafo, un inventor de leyendas», apunta Steiner; sus modelos son Vico, Michelet, Victor Hugo y Wagner: «Incluso el estilo de la prosa de Lévi-Strauss tiene esa textura orquestal tan evocadora de la literatura épica del siglo XIX.» 

Freud y Lévi-Strauss son herederos de Platón, son filósofos; tienen estilo. Por eso usaron el mismo procedimiento —el mismo método— que usó Platón para “probar” sus ideas: recurrieron a los mitos y la literatura, a otras «construcciones metafóricas.» E influyeron, guste o no; también Marx. (No está de más recordar que en otra reseña, vimos que El capital puede leerse como una obra de arte, como una sátira del capitalismo, según Francis Wheen.) Y juzgarlos por su certeza o no, tiene tanto sentido como decir que la psicología de Dostoievski es falsa. O eso se sigue si le hacemos caso a Steiner; también se sigue que la mitología (la filosofía, la literatura; la ficción) está más allá del bien y del mal; o que es cuento, para evitar la solemnidad. 

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Post Scriptum: Steiner le dedica un capítulo a otra forma de relleno, una no mitológica, contra la que lanza toda su caballería ilustrada y progresista. Se trata de lo que a falta de otra palabra, puede llamarse esoterismo (astrología, parasicología, ufología, yoga y otros orientalismos, entre otras disciplinas). De ese punto sólo quisiera rescatar lo que tal vez sea la mejor ocurrencia, el mejor argumento que he leído contra estas creencias; no uno científico, refutatorio en términos de verdad o falsedad. Dice Steiner que, al lado de las ciencias, estos saberes son aburridos y mecánicos; y pienso que también se podría decir que cerrados y hasta racionalistas, en el sentido de que recurren a una «burda reglamentación» con tal de explicar lo que sea. Son conceptualmente pobres, no estimulan la imaginación, la calman. Si la modernidad es fragmentaria (fragmentaria porque descubrimos que lo verosímil no era símil de ninguna verdad, que sólo había lo verosímil, la simulación de un todo, de una armonía en la que nada es gratuito, caprichoso)... Si la modernidad es fragmentaria, inestable, incompleta (incluso en las ciencias modernas... sobre todo en las ciencias modernas; y en la democracia, si es democrática), entonces estas creencias son algo así como romanticismo, o contrarreforma. ¿No es contra la inestabilidad, contra el vacío, la deshumanización, la decadencia de occidente, la época técnica que ha reaccionado todo romanticismo desde Schlegel a Heidegger (o a Byung-Chul Han, si se quiere)? ¿También Marx, Freud y Lévi-Strauss? Si es así, entonces existen placebos más y menos estimulantes. (¿O serán como las píldoras de Matrix: las hay azules, para creer en lo que uno quiera; y rojas, para quedarse en el País de la Maravillas y ver cuán profundo llega el conejo?... ¿O tal vez exista la tercera píldora, la que quiere Zizek: «La que me permite percibir no la realidad detrás de la ilusión, sino la realidad en la ilusión misma»?)



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Por: Juan Rodríguez M.
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