LA SOCIEDAD FANTÁSTICA: CONTINUACIÓN DE MARX, EL GRAN SATÍRICO DEL CAPITALISMO

LA HISTORIA DE EL CAPITAL
DE KARL MARX
Francis Wheen

Debate, 2007, 157 páginas.
Mas he aquí que, desde la ventana, veo pasar unos hombres por la calle: y digo que veo hombres, como cuando digo que veo cera; sin embargo, lo que en realidad veo son sombreros y capas, que muy bien podrían ocultar meros autómatas, movidos por resortes.
Descartes,
Meditaciones metafísicas

Dediqué una lectura anterior a la biografía de Karl Marx escrita por Francis Wheen. Esa en la que, entre otras cosas incitantes, dice que El capital es una obra de arte. Pues bien, ahora tengo entre manos la fuente de esa tesis, otro libro de Wheen: La historia de El capital de Karl Marx, donde el autor británico cuenta que Marx se identifica como artista. («Karl Marx se veía como un artista creativo, un poeta de la dialéctica. “En lo tocante a mi obra, seré sincero contigo —le escribió a Engels en julio de 1865—. Cualesquiera que sean los defectos que puedan tener, mis escritos tienen la ventaja de que conforman un todo artístico.”».) Se identifica como artista, decimos, e incluso se ve reflejado en un artista en particular, un personaje de La obra maestra desconocida, de Balzac: el pintor Frenhofer, que dedicó diez años de su vida a trabajar en un retrato —revolucionario— que sería «la más completa representación de la realidad.» Un esfuerzo que, tras una década de pintar, repintar y sobrepintar, resultó en «un revoltijo de formas y colores…». Un fracaso, algo irreconocible… que a uno, ser humano de los siglos XX y XXI, rápidamente le suena a un adelanto: no un chasco, sino una premonición del arte moderno, abstracto, y entonces imposible de comprender para los amigos de Frenhofer; quien, podríamos decir como dijo alguien por ahí, llegó demasiado pronto.

Marx, dice Wheen, es como Frenhofer: dedicó más de veinte años a pintar, repintar, sobre pintar su gran obra, El capital, y al final sólo entregó un volumen de los seis previstos. Un volumen abierto, enrevesado, inacabado…. Cual obra moderna. Y más abierto, enrevesado e inacabado si le sumamos los volúmenes publicados tras su muerte: «Al igual que Frenhofer, Karl Marx era un modernista avant la lettre.» Y no sólo en El capital, ya lo era en el Manifiesto comunista —agrega Wheen—, cuya idea de que todo lo sólido se disuelve en el aire prefiguraba el vacío y la irrealidad descritos por Eliot, o el desplome del centro dicho por Yeats. (Esa modernidad tardía, líquida, acelerada, posmoderna en la que dicen que vivimos.)

En El capital ese modernismo alcanza también a la forma, si todavía cabe distinguir entre materia y forma. Según Wheen es un collage literario radical: Marx yuxtapone voces y citas de la mitología, la literatura, los cuentos de hadas, de informes de inspectores de fábricas. «El capital es tan disonante como la música de Schoenberg, tan espeluznante como los relatos de Kafka.» 

Y entonces uno, o yo que escribo esto, está tentado a decir obviedades como que el capital (no sólo el libro, pero también) es lo moderno… todavía. 

***

Pedazos de mineral por los que se pagan millones, mercancías que se compran en cien y luego se venden en cien más equis (sin que nada haya cambiado en ellas), personas que disponen de otras personas como recursos, el dinero como fin y no como medio… En tiempos de Marx, el capitalismo industrial era todavía una tierra incógnita. 

Eso dice Wheen. 

Aquel mundo es el que se propuso explorar el poeta de la dialéctica, «y desde el principio advirtió a sus lectores de que se estaban adentrando en un reino de fantasía donde nada es lo que parece.» Quizás ese sea el gran descubrimiento de Marx, el mundo de «espectros y apariciones» que sería la sociedad capitalista. Un «reino de lo absurdo», en el que las relaciones sociales son fantásticas, asumen la forma de relaciones entre objetos; un mundo de fantasía, de fetiches. Este mundo. Que, para ser descrito y criticado, requiere de un chiste gigantesco, de una sátira. Algo como Tristam Shandy, la novela inconexa y deshilvanada de Laurence Sterne, que fascinó a Marx: «Como Tristam Shandy, El capital está lleno de paradojas e hipótesis, explicaciones abstrusas y ocurrencias fantásticas, narraciones ficticias y agudezas originales», dice Wheen. 

Entonces, ¿El capital es una puesta en escena, o en papel, del capitalismo, de su absurdo, caos, misterio? «A primera vista —escribe Marx—, una mercancía parece una cosa obvia, trivial. Su análisis indica que es una cosa complicadamente quisquillosa, llena de sofística metafísica y de humoradas teológicas»… Y eso que está hablando de objetos, en el siglo XIX, del capitalismo industrial: si un abrigo es una cosa metafísica y teológica, qué serán entonces los objetos del capitalismo financiero y digital… ¿Son Dios?… Digo: si todavía ningún químico descubre el valor de cambio de las perlas, pobre del químico que quiera descubrir el valor de cambio de un iPhone o, peor, de Google.)

***

Si el capitalismo es la multiplicación fantástica… No, mejor lo digo así: si el capitalismo es la multiplicación milagrosa del dinero (que deja en ridículo al milagro de la multiplicación del pan y el vino), si es el milagro de la plusvalía, entonces uno, yo, ignorante en cuestiones económicas, y a riesgo de estar descubriendo América en el mapa, comienzo a pensar: ya que vivimos en la fantasía, ¿cómo no va a haber crisis, cómo no van a ser las crisis un momento constitutivo de nuestras sociedades? (¿Y cómo no se van a “resolver” las crisis sino con fantasías?)

Y si el misterioso origen de la plusvalía, si esa milagrosa mercancía que puede crear más valor en su consumo que su coste es la fuerza de trabajo (tú y yo, en principio), ¿entonces la externalización es el summum del capitalismo? El summum, o sea: un negocio, una industria, una empresa que directa y literalmente vende fuerza de trabajo, ni más ni menos: compra la fuerza de trabajo para venderla, gana dinero ahorrándole al capitalista los costos de tener su propia fuerza de trabajo; es decir, multiplica la multiplicación del dinero… Margina más. (Y deja en ridiculísimo al milagro del pan y el vino.)

(¿El freelance es el summum del summum?)

Y si la fuerza de trabajo es la clave, y mientras menos costosa (o más milagrosa) es mejor: ¿Será por eso que hoy —ante la irrupción de la inteligencia artificial y la biotecnología, que podrían dejarnos a muchos sin trabajo, dicen, y cuyo progreso ellos mismos empujan—, sera por eso, digo, que los nuevos grandes capitalistas, como Mark Zuckerberg, el dueño de Facebook, están a favor, promueven y hasta están dispuestos a pagar impuestos para asegurar un ingreso mínimo universal? Digo, sería una pequeñísima compensación, incluso una inversión, con tal de llegar a reemplazar la costosa fuerza de trabajo humana: esa mercancía cuyo reemplazo es lento, se enferma, necesita salud, alimentación, educación, vivienda, etcétera. Y que a veces reclama. (En un futuro poslaboral, con tal de no aburrirse, uno podría llegar a regalar su trabajo, ¿y ser el freelance perfecto?)

Son preguntas que se pueden imaginar al leer El capital como una obra de arte moderno. La pregunta, claro, es si por ser literatura, arte, El capital pierde valor como economía política y como crítica del capitalismo: un decimonónico tal vez diría que sí, que es mera poesía, literatura, pura imaginación, una cosa mental. 

Y nosotros, ¿qué responderíamos?


PS: ¿Y si buscamos la respuesta en Google? ¿O la compramos en Amazon? (Quizás si llamamos a un Uber…). ¿Y la compartimos (la respuesta o la pregunta) con los otros: la agregamos a nuestro perfil de Facebook, la subimos a Instagram, la tuiteamos, la mandamos y desaparecemos por Snapchat? No nos cuesta nada, ¿o acaso no es gratis?



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Por: Juan Rodríguez M.