NOSOTROS, FERNANDO PESSOA

PAPELES PERSONALES
Fernand Pessoa

Selección, traducción y prólogo de Adán Méndez
Ediciones UDP, Santiago, 2016, 377 páginas.
Un seudónimo es un nombre falso, o sea, supone que exista un nombre verdadero, real, o al menos anterior al seudónimo. Por ejemplo, el nombre es Lucila Godoy y el nombre falso es Gabriela Mistral. Un heterónimo es, en cambio, otro nombre, no uno falso y ni siquiera secundario. Es un nombre entre otros nombres, podríamos decir. Es otro yo, pero tan yo como cualquiera. Ni reemplaza ni es reemplazado. Quizás en el caso de los heterónimos tenga sentido, más allá de la cortesía, el uso de la primera persona plural en un ensayo, e incluso del impersonal: como cuando alguien dice «creemos que» o «uno cree que», en vez de decir «yo creo que». «No se debiera hablar en primera / persona / del singular — es falta de modales», dice Nicanor Parra, «habría que reducirse al mínimo / habría que arrodillarse y llorar». (Tal vez el heterónimo sea la solución al misterio de la santísima trinidad: quizás Padre, Hijo y Espíritu Santo son tres heterónimos.) 

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El asunto se me vino a la mente a propósito de Fernando Pessoa, cómo no. Y en particular a partir de sus Papeles personales (UDP), una antología de textos —seleccionados, traducidos y prologados por Adán Méndez. En ellos descubrimos, o descubro, el temor de Pessoa a la locura, y entonces sospecho que la heteronomía es una suerte de locura controlada —«El arte no se hace con el subconsciente en libertad sino por el subconsciente dominado», afirma. Sospecho, digo, que los distintos nombres de Pessoa —Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro de Campos, Vicente Guedes, Antonio Mora…— eran distintas vidas mentales, expresiones de distintos sentimientos: «Estos sentimientos se van haciendo comunes, parece que me abren el camino para una nueva vida mental, que acabará en la locura», anota. Y en otro lado: «Yo no razono, sueño; no me inspiro, deliro».

También dice que él ya no es él, pero luego decide ser él («la pose de ser el que soy»), poseerse a sí mismo, aunque más tarde escribe que ya no sabe quién es, qué alma tiene: «Soy diversamente otro que un yo que no sé si existe (si es esos otros) […] Me siento múltiple […] Me siento vivir vidas ajenas», dice Pessoa, y otros desasosiegos por el estilo. 

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Pessoa, al parecer, lucha contra sus voluntades. O tal vez habría que decir que Pessoa es una lucha de voluntades, de almas: entre sus papeles hay varios de escritura automática espiritista, de comunicaciones mediúmnicas en las que Pessoa media entre él y el mismo. (O sea, es una trinidad.) Y anota: «Tú eres un hijo de mi mente nominal», «Concéntrate en lograr control sobre ti mismo».

También hay cartas en las que habla de sí mismo y de sus otros. O quizás juega: «Nos extraviamos hasta tal punto que debemos estar en el buen camino», dice. Hasta imagina un futuro en el que seamos todo: «¿Quién, siendo portugués, puede vivir en la estrechez de una sola personalidad? […] ¡Ser todo, de todos los modos, porque la verdad no puede estar en que todavía falte alguna cosa! ¡Creamos así el Paganismo Superior, el Politeísmo Supremo! En la eterna mentira de todos los dioses, sólo los dioses todos son la verdad».

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Pessoa es uno que dice las cosas del mismo modo para decirlas de otro modo. «Soy un espectador de mí mismo y de los tiempos, y me siento no menos sabio que los grandes hombres de este mundo pequeño. Por eso soy capaz, por un uso natural de la imaginación y las fantasías, de extraer imperios de encuentros casuales y de impostar mundos nuevos».

Tal vez su heteronomía es el sueño cumplido de Artaud —liberarse de la condena que nos impone la sociedad, a saber, ser uno mismo—; y es que Pessoa hasta les saca el horóscopo a sus otros. Es más, dice que las obras de Alberto Caeiro, Ricardo Reis y Álvaro de Campos forman un conjunto dramático. Lo que tal vez signifique que son un cuento que se cuenta Pessoa: «Lo escrito por Fernando Pessoa», dice, «pertenece a dos categorías, que podemos llamar ortónimas [las que firma como Fernando Pessoa] y heterónimas. No debe decirse que son anónimas o seudónimas, porque realmente no lo son. La obra seudónima es la del autor en su persona, excepto por el nombre con que la firma; la heterónima es del autor fuera de su persona, de una individualidad completa por él fabricada, como lo serían los parlamentos de un personaje en alguna de sus obras dramáticas». 

Lo anterior me lleva a preguntar, y a no responder, si ser heterónimo es ser un personaje de sí mismo o de otro. (En una carta a su amada, Ofelita, Pessoa habla de una foto en la que aparece en un bar, pillado en «flagrante delitro», y se refiere a sí mismo como «un vago cualquiera, aunque ese vago sea el hermano gemelo que no tengo». Líneas más adelante le dice: «Su carta llega a mi exilio, que soy yo mismo».) 

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La vida de Pessoa, y no hago más que repetir sus palabras, fue… es una vida de pensamiento, una transición de él hacia él. Pessoa fue… es alguien que se encuentra menos en la realidad que en la literatura; enredado en las fascinaciones de no ser él. Alguien que piensa dramáticamente. Es el médium de sí mismo, de sus personalidades y por eso: «Ni estas obras ni las que seguirán tienen nada que ver con quien las escribe», pues es «esclavo […] de la multiplicidad de sí mismo». Esclavo de sus otros, pero tal vez no de sí mismo.

Pessoa no sabe, y entonces tampoco nosotros, «qué es existir, ni quién, Hamlet o Shakespeare, es más real, o verdaderamente real». «Desde niño tuve la tendencia a crear en torno mío un entorno ficticio, de rodearme de amigos y conocidos que nunca existieron (no sé, en rigor, si realmente estas personas no existieron, o si soy yo el que no existo. En estos asuntos, como en todos, no hay que ser dogmáticos)». Pero sí sabe que él es toda una literatura, que es una paradoja («la paradoja no es mía: soy yo»), una cosa mental, una transfiguración.

El asunto es, si ya muerto Pessoa, ¿podrán venir todavía otros individuos, otros nombres?… «No sé si le dije alguna vez que los heterónimos (según mi última intención respecto a ellos) deben ser publicados bajo mi propio nombre (ya es tarde, y por tanto absurdo, para el disfraz absoluto)».

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Pessoa, insisto, parece que realiza el sueño de Artaud. Incluso me pregunto si no será un mejor Artaud que el propio Artaud. Un mejor actor… o dramaturgo, si se quiere. «Yo, esencialmente, soy —tras las máscaras involuntarias del poeta, del pensador y de lo que sea— dramaturgo. El fenómeno de mi despersonalización instintiva que aludí en mi carta anterior, para explicar la existencia de los heterónimos, conduce naturalmente a esa definición. De modo que no evoluciono, VIAJO […] Voy cambiando de personalidad, voy (en esto puede haber evolución) enriqueciendo mi capacidad de crear personajes nuevos, nuevas maneras de fingir que comprendo el mundo, o, mejor, de fingir que se lo puede comprender»…

Ahora se me ocurre escribir que Pessoa es Artaud. Mejor dicho, dado lo que viene a continuación, tenemos el derecho a decir que Pessoa es Artaud: «Hoy ya no tengo personalidad: lo que en mí haya de humano, lo dividí entre los diversos autores de cuya obra he sido el ejecutor. Soy en la actualidad el punto de reunión de una pequeña humanidad que es solo mía». 

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(En este punto me siento obligado a decir que: los mejores libros, o los que a mí más me gustan son aquellos sobre los que uno, yo, no quisiera decir nada… Nada que no sea encadenar citas del libro para decir algo sobre él. Pero ya que hay que hacer como si uno, yo, tuviera algo que decir, no queda otra que insertar, por ejemplo entre paréntesis, palabras propias entre las que valen.) 

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«Así que subsisto, todavía, como médium de mí mismo», dice Pessoa. (Lo sabía).

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No hay que confundir heterónimo con heterónomo, lo opuesto a autónomo. O tal vez sí. 

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Estas cuestiones mentales siempre terminan llevando hacia Descartes. Así es que debo decirlo... Pessoa es cartesiano: «La única realidad para mí son mis sensaciones. Yo soy una sensación mía», confiesa. «Así que ni siquiera de mi propia existencia estoy seguro». Sí, esto último suena punto a punto opuesto a Descartes, pero en realidad es lo mismo: «Puedo estarlo [seguro] sólo de esas sensaciones que llamo mías […] Buscar el sueño es entonces buscar la verdad, ya que la única verdad para mí soy yo mismo». Aunque, ya que venimos hablando de heterónimos, digamos, o al menos yo diré, que es un cartesiano diverso: «Mi arte es ser yo. Yo soy muchos. Pero, además de ser muchos, lo soy de manera fluida e imprecisa».

También diré que Fernando Pessoa es un heterónimo de Fernando Pessoa.



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Por: Juan Rodríguez M.