LA SABIDURÍA TERRESTRE DE KONRAD LORENZ

SOBRE LA AGRESIÓN
Konrad Lorenz

Siglo XXI, Madrid, 2005, 342 páginas.
Ya que el pensamiento es materialista, corporal, de este único mundo, la filosofía debe ser naturalista; la física, por ejemplo, no es ni más ni menos que filosofía natural. El austriaco Konrad Lorenz (1903-1989) era naturalista... «y mi vista por lo general se dirige, como es propio de un investigador que vive en la tierra, hacia las cosas que tengo debajo.» Fue médico, zoólogo y padre de la etología, según Wikipedia; ganó el Premio Nobel y escribió un libro que ya con el prefacio justifica su existencia (y haberlo comprado y, sospecho, estar descubriendo la pólvora). ¿Por qué? Porque Lorenz es un pensador a lo Nietzsche. Éste, en su ensayo Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, escribió: 
En algún apartado rincón del universo, desperdigado de innumerables y centelleantes sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales astutos inventaron el conocer. Fue el minuto más soberbio y más falaz de la Historia Universal, pero, a fin de cuentas, sólo un minuto. Tras un par de respiraciones de la naturaleza, el astro se entumeció y los animales astutos tuvieron que perecer. Alguien podría inventar una fábula como ésta y, sin embargo, no habría ilustrado suficientemente, cuán lamentable y sombrío, cuán estéril y arbitrario es el aspecto que tiene el intelecto humano dentro de la naturaleza; hubo eternidades en las que no existió, cuando de nuevo se acabe todo para él, no habrá sucedido nada. Porque no hay para ese intelecto, ninguna misión ulterior que conduzca más allá de la vida humana. No es sino humano, y solamente su poseedor y creador lo toma tan patéticamente como si en él girasen los goznes del mundo. Pero si pudiéramos entendernos con un mosquito, llegaríamos a saber, que también él navega por el aire con ese mismo pathos y se siente el centro volante de este mundo.
Un pensador a lo Nietzsche, es decir, que adopta o se crea una perspectiva cósmica, relativa -valga la redundancia-, para mirar el mundo y a nosotros en él. Así como el filósofo alemán escribió aquello, en el prefacio de Sobre la agresión: el pretendido mal, ése es el libro del que hablo, Lorenz adelanta: 
En el capítulo doce se da un sermón, "Predicando sobre la humanidad", que podría servir de base para la eliminación de ciertos obstáculos internos que impiden a muchos hombres ver en sí mismos una parte del universo y reconocer que su propio comportamiento obedecer también a las leyes de la naturaleza. Estos obstáculos se deben en primer lugar a que niegan la causalidad, que les parece oponerse al hecho del libre albedrío, y, en segundo lugar, a la soberbia espiritual del hombre. El capítulo trece tiene la misión de exponer de un modo objetivo la actual situación de la humanidad, a la manera como podría verla un biólogo de Marte, pongamos por caso.  
Con ese anuncio, uno querría ir directo a los capítulos doce y trece, pero hay que aguantar la tentación y seguir el derrotero que llevó a Lorenz hasta ahí. Porque aunque este libro es de 1963, todavía pasa que existen esos obstáculos, todavía pasa que nos negamos a reconocernos, y tal vez ocurra menos si nos aproximamos a las experiencias de este hombre, si no hacemos trampa, si no nos quedamos sólo con la meta; por difícil que sea conocer el mundo a través de la experiencia de otro. «Comprendo que la tarea que he impuesto a mi pluma es excesiva», reconoce Lorenz. «Es casi imposible decir con palabras cómo funciona un sistema en que cada parte está relacionada con las demás de modo que ejerce una influencia causal sobre ellas. [...] Si no se pueden entender los elementos de un sistema en su conjunto, no se puede entender ninguno de ellos.» 

Esa es otra perla del prefacio, tal como esta: «Resulta demasiado fácil desarrollar primero una teoría y después sustentarla y reforzarla con ejemplos, ya que la naturaleza es tan variada que, buscando bien, se pueden hallar ejemplos aparentemente convincentes incluso para hipótesis totalmente abstrusas.» (Baste pensar en las "pruebas" cosmológicas de la existencia de Dios.) 

A pesar de las dificultades, Lorenz evita el camino fácil, desafía a su pluma y reconstruye para nosotros los lectores las experiencias que lo llevaron a la teoría: los bueyes por delante, siempre, así se avanza, así de labra la tierra.
By Eurobas (Own work) [GFDL (http://www.gnu.org/copyleft/fdl.html) or CC BY-SA 3.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0)], via Wikimedia Commons
Konrad Lorenz
   
En este punto yo no debería adelantar la teoría ni las conclusiones, porque si ya es difícil comprender la realidad por medio de las percepciones de otros, intentar hacerlo a través de las percepciones que otro tuvo de esas percepciones, suena a la cuadratura del círculo. Diré solamente que el asunto del libro es el «instinto de agresión», que éste tiene en los animales una función y que, sin embargo, o, mejor dicho, por lo mismo, a la etología «le es posible declarar las causas de buena parte de sus vicios de funcionamiento en el hombre.» ¿Cómo se descubre eso?, observando a los peces, al nicticórax, a las ratas... Y es que luego de leer a Lorenz -u a otros, como el primatólogo belga Frans de Waal- intuyo que estudiar al resto de animales (y por qué no al resto del universo) es una manera de conocer al hombre, de reconocernos; de mirarnos en perspectiva. Algo así como subirse a un avión y, desde el aire, descubrir el mundo de hormigas que habitamos. O el de gigantes, si levantamos la vista hacia la estratósfera (infinitamente pequeños, infinitamente grandes, dijo Pascal)... que en realidad es otra manera de mirar hacia abajo, hacia la tierra.

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Por: Juan Rodríguez M.
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